Lectura quincenal - Octubre 2019

¡Hola de nuevo!

Tras el parón veraniego en el que he tenido tiempo para recargar bien las pilas, el blog reabre sus puertas a pocos días de que llegue la fecha del undécimo aniversario. ¡11 años ya! ¿No es increíble? Por supuesto, como otros años, habrá una celebración con sorteíto incluido. En principio será de un cheque para que tú puedas elegir qué libro comprarte, pero me gustaría aprovechar para preguntarte si tendrías alguna otra preferencia: ¿Qué te gustaría que se sorteara?

Para abrir boca, comenzamos con una lectura quincenal. En esta ocasión he escogido Mujercitas de Louisa May Alcott, la novela que vamos a leer este mes en el club de lectura feminista Una habitación violeta (si quieres unirte a la LC, pincha aquí). Como sabes, se trata de un clásico formado por dos novelas: Mujercitas y Aquellas mujercitas, que algunas editoriales aúnan en un solo tomo, como ocurre con esta edición de RBA, y que nos cuenta las alegrías y penas de las cuatro inolvidables hermanas de la familia March. En el caso del club, por si te interesara participar, leeremos solo la primera parte este mes.

¡Dentro primeras páginas!


Mujercitas de Louisa May Alcott [RBA]


Mujercitas


Louisa May Alcott

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CAPÍTULO I: EL JUEGO DE LOS PEREGRINOS

—Este año, sin regalos, no va a parecernos Navidad —dijo Jo con disgusto; estaba tendida sobre la alfombra, delante de la chimenea.

—¡Qué horrible es ser pobre! —comentó Meg, suspirando mientras miraba con melancolía su viejo vestido.

—A mí no me parece justo que unas tengan tantas cosas bonitas y otras no tengan absolutamente nada —añadió Amy con un mohín de despecho.

—Tenemos a mamá y a papá y nos tenemos las unas a las otras —dijo Beth, desde el rincón que ocupaba.

Los semblantes de las cuatro jóvenes parecieron iluminarse al escuchar estas palabras pero en seguida volvieron a ensombrecerse, cuando Jo precisó con tristeza:

—A papá no le tenemos ahora, ni le tendremos por mucho tiempo.

Pudo haber agregado «ni le tendremos nunca más». Pero aunque no lo dijo, cada una de ellas lo pensó al evocar el recuerdo del padre que se hallaba muy lejos, en el frente de batalla. Siguió una pausa prolongada; luego Meg dijo con voz velada por la emoción:

—Ya sabéis el motivo por el cual mamá nos ha pedido que prescindamos de los regalos de Navidad. El invierno será muy duro y cree que no debemos gastar dinero en cosas superfluas, mientras nuestros soldados sufren tanto en la guerra. No podemos ayudar mucho pero sí hacer algunos sacrificios, y debemos hacerlos alegremente. Claro que, por lo que a mí se refiere, no creo que sea así.

Al decir esto sacudió pesarosa su cabecita, pensando quizá en todas las cosas bonitas que deseaba.

—Lo que no entiendo es en qué puede ayudar lo poco que habíamos de gastar. La fortuna de cada una de nosotras se eleva a un dólar. ¿Os parece que será de gran ayuda para el ejército? Acepto que ni mamá ni vosotras me regaléis nada, pero yo me compraré Undine y Sintram. ¡Hace tanto tiempo que quiero hacerlo! —dijo Jo, a quien le gustaba leer y devoraba cuantos libros caían en sus manos.

—Yo había pensado gastarme mi dólar en partituras nuevas —informó Beth, lanzando un suspiro que nadie oyó.

—Yo me compraré una caja de lápices de colores —dijo Amy—. Me hacen mucha falta.

—Mamá no ha mencionado nuestro dinero particular, y no creo que quiera que lo demos todo —exclamó Jo examinando los tacones de sus botas—. Compremos, pues, lo que nos haga falta y permitámonos algún gusto, ya que ganarlo nos cuesta bastante trabajo.

—A mí, desde luego, mucho... —dijo Meg con tono lastimero—. Todo el día dando lecciones a esos terribles niños, cuando me muero de ganas de estar en casa.

—Pues yo lo paso peor —le recordó Jo—. ¿Qué diríais si tuvierais que estar encerradas horas y horas con una vieja histérica y caprichosa que os tiene siempre atareadas, sin mostrarse nunca satisfecha de lo que hacéis y os fastidia hasta que os entran deseos de echaros a llorar o saltar por el balcón?

—Quejarse no está bien, pero yo os aseguro que no hay trabajo más fastidioso que fregar platos y arreglar la casa. A mí me causa irritación y me pone las manos tan tiesas y ásperas que no puedo tocar el piano. Beth dirigió una mirada a sus manitas enrojecidas lanzando un segundo suspiro, que esta vez sí oyeron sus hermanas.

—No creo que ninguna de vosotras sufra lo que yo —afirmó Amy—, porque no tenéis que ir a la escuela con muchachas impertinentes que se burlan de una cuando no sabe la lección, se ríen de los trajes que una lleva, «defaman» a vuestro padre porque es pobre y hasta llegan a insultaros porque no tenéis una nariz bonita.

—Se dice difaman, Amy, no «defaman» —observó Jo, riendo.

—No intentes criticarme, que bien sé yo lo que me digo —repuso Amy con soberbia—. Hay que usar palabras escogidas para mejorar el vocabulario.

—Vamos, niñas, dejadlo. ¡Oh, si papá conservara el dinero que perdió cuando éramos pequeñas! ¡Qué bien lo pasaríamos si estuviéramos libres de apuros económicos! ¿Verdad, Jo?

Meg podía acordarse de mejores tiempos en que su familia se había visto libre de estrecheces.

—El otro día dijiste que debíamos considerarnos más felices que los King, porque ellos, a pesar de su dinero, viven disgustados y en continua riña.

—Y así es en efecto, Beth; es decir, así lo creo, porque aunque tengamos que trabajar luego nos divertimos y formamos una pandilla alegre, como diría Jo.

—¡Jo usa unas expresiones tan chocantes...! —observó Amy, dirigiendo una mirada de reproche a su hermana.

Esta se puso en pie de un salto, hundió ambas manos en los bolsillos y se puso a silbar con fuerza.

—No hagas eso, Jo, que es cosa de chicos.

—Por eso lo hago.

—Detesto a las chicas con modales ordinarios.

—Pues yo las cursiladas de las que se creen señoritas elegantes.

—«Los pájaros se acomodan en sus niditos» —cantó Beth, la pacificadora, con una expresión tan divertida que las que discutían se interrumpieron para estallar en sonoras carcajadas.

—Realmente, niñas, las dos merecéis censura por igual —dijo Meg, iniciando su sermón con aire de hermana mayor—. Tú, Jo, has pasado ya la edad en que se hacen gracias de chico. No importaban antes, cuando eras pequeña, pero ahora que eres tan alta y llevas el pelo recogido no deberías olvidar que eres una señorita y comportarte como tal.

—¡No lo soy! Y si por recogerme el pelo me convierto en una señorita, me haré trenzas hasta que cumpla veinte años —exclamó Jo, arrancándose la redecilla y sacudiendo su cabellera de color castaño—. Detesto pensar que debo crecer y ser la «señorita March» y llevar faldas largas. Ya es bastante desagradable ser chica, cuando lo que me gustan son las maneras, los juegos y los modales de los chicos. No puedo conformarme con haber nacido mujer, y ahora más que nunca, pues quisiera luchar al lado de papá y sin embargo me veo obligada a permanecer en casa haciendo calceta como una vieja. Sacudió el calcetín azul que estaba haciendo hasta hacer sonar las agujas como castañuelas, mientras el ovillo caía y rodaba por el suelo.

—¡Pobre Jo! Siento que eso no tenga remedio; tendrás que contentarte con ponerte un nombre masculino e imaginar que eres nuestro hermano —dijo Beth, en tanto acariciaba la cabecita que su hermana apoyaba en sus rodillas, con una mano cuya tersura no había deteriorado el trabajo doméstico.

—En cuanto a ti, Amy —intervino Meg—, eres demasiado afectada. Hay algo de divertido en tus maneras, pero si no andas con cuidado te convertirás en una persona ridícula. Cuando no tratas de parecer elegante eres muy agradable y da gusto verte tan modosita y bien hablada, pero las palabras rebuscadas que sueltas a veces son tan malas como la jerga que suele emplear Jo.

—Si Jo es un golfillo y Amy una presuntuosa, entonces ¿qué soy yo? —preguntó Beth, dispuesta a recibir su parte del sermón.

—Tú eres un ángel, querida —respondió Meg con calor y nadie la contradijo, porque la «ratita» era el ídolo de la familia.


Ahora, como nuestros lectores querrán saber cómo son los personajes de esta novela, aprovecharemos la ocasión para trazar un apunte de las cuatro hermanas que estaban ocupadas haciendo calceta una tarde de diciembre, mientras fuera caía monótonamente la nieve y dentro del cuarto se oía el alegre chisporrotear del fuego en la chimenea.

Era aquel un cuarto amplio y confortable, aunque la alfombra estaba bastante descolorida y el mobiliario era sencillo; de las paredes pendían algunos cuadros, los anaqueles estaban llenos de libros, en las ventanas florecían crisantemos y rosas de Navidad y en toda la casa se respiraba una atmósfera de paz y bienestar.

Margaret o Meg, según su diminutivo familiar, tenía dieciséis años y era la mayor de las cuatro. Era bonita, un poco rellenita, de cutis sonrosado, ojos grandes, abundante y sedoso cabello castaño, boca delicada y manos blancas de las que se envanecía. Jo, de quince años, era muy alta, esbelta y morena, tenía boca de expresión resuelta, nariz un tanto respingona, penetrantes ojos grises que parecían verlo todo y que unas veces tenían expresión de enojo, otras de alegría y otras se tornaban graves y pensativos. Tenía espalda fornida, manos y pies grandes y la tosquedad de una chica que va haciéndose mujer a su pesar. Su larga y abundante cabellera era su única belleza, pero generalmente la llevaba recogida en una redecilla para que no le estorbase. En cuanto a Elizabeth o Beth, era una niña de trece años, de carita rosácea, pelo lacio y ojos claros, tímida en sus maneras y en el hablar y con una expresión apacible que rara vez se turbaba. Su padre la llamaba la Tranquila y el nombre le cuadraba de maravilla, porque parecía vivir en un mundo feliz del que solamente salía para reunirse con las pocas personas a quienes brindaba su cariño y respeto. Amy, la más joven, era, según su propia opinión, una personita importante. Una nívea doncella de ojos azules y cabello dorado que le caía formando bucles sobre los hombros, pálida y esbelta, se comportaba siempre como una señorita que cuida sus modales y palabras.

Del carácter de cada una de las hermanas no diremos nada; dejaremos al lector el trabajo de irlo descubriendo en el curso de la novela.

[Ahora, te toca a ti descubrir lo que sigue...]


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¿Qué te ha parecido esta lectura quincenal?
¿Te animarías a seguir leyendo este libro habiendo leído estas líneas?
¿Qué te parece la idea de juntar los dos libros (partes) en un solo tomo?

6 comentarios:

  1. Hola, yo quede saturada de Mujercitas gracias a las versiones cinematográficas, primero la de Elizabeth Taylor, más tarde la de Winona Ryder de las que no nos escapabamos ninguna navidad, y que me gustaban en aquel entonces, no voy a negarlo, pero se ve que mi mente dijo "hasta aquí hemos llegado mujercita". Tengo que decirte que es la portada más bonita que le han hecho hasta ahora, es realmente preciosa. Besos.

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    1. Hola, Mari Carmen:

      Es cierto que las adaptaciones se reponen hasta la saciedad, pero también que es una historia muy potente. Y sí, coincido contigo en que la portada de esta edición es preciosísima. ¡Gracias por comentar!

      Un saludo imaginativo...

      Patt

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  2. Hola Patt.
    !Bienvenida de vuelta!
    Yo no voy a leer el libro, no puedo con los clásicos desde que intentaron obligarme a leerlos en el colegio e instituto.
    Nos leemos.

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    1. Hola, Carolina:

      ¡Muchísimas gracias! Qué pena lo que me cuentas sobre los clásicos... ¡con las maravillas que hay entre ellos! Algo no se está haciendo bien en los colegios si pasa esto...

      Un saludo imaginativo...

      Patt

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  3. Hum, recuerdo lo poco que le gustó a Omaira el libro, y no termino de animarme a leerlo, la verdad, pero el fragmento que nos has dejado no me ha parecido mal. A ver qué opinas.

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    1. Hola, Laura:

      ¿Ah, sí? No recordaba que Omaira lo hubiera leído... Ya te contaré qué me parece cuando acabe, a ver si te hago cambiar de opinión ;)

      Un saludo imaginativo...

      Patt

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