CRÍTICA TEATRAL: Jódete y crece [Teatro Lara]
Argumento:
Jódete y crece es una tragicomedia teatral que presenta a Javier, un dramaturgo exitoso que vuelve a casa tras estrenar su última obra. Pero no vuelve solo, le acompaña Andrés, un actor mediocre que intenta sacar provecho de su relación. En medio de este desencuentro aparece Emma, la mejor amiga de Javier, dispuesta a dejar claro que tiene algo que aportar a este triángulo.
Una obra que nos acercará a los miedos, expectativas y sueños truncados de estos tres jóvenes, que son los de su generación. También nos abre una ventana a las noches de borrachera, las canciones pop y sus experiencias sexuales, adentrándonos en las dificultades que está teniendo esta generación para madurar. Veremos que las promesas con las que ha crecido la ‘generación más preparada de la historia’ se han puesto en evidencia ante la precariedad del paro, las primas de riesgo y la desprotección.
Perspectivas frustradas
Antes de que comience la representación, Alejandra Martínez de Miguel, directora del montaje, sale a escena y se dirige al público para presentarnos brevemente la obra y la compañía que la interpretará: Jódete y crece es una compañía joven y completamente autogestionada. Al final de la función podremos comprar merchandising. Se apagan las luces y la representacion comienza.
El elenco de Jódete y crece está formado por tres actores que dan vida a tres personajes totalmente diferentes entre sí, pero que tienen algo en común: forman parte de esa «generación mejor preparada de la historia» (al igual que quien escribe estas líneas), a la que nos prometieron muchas cosas y que poco a poco nos hemos ido frustrando por no encontrar lo que esperábamos tras tantas promesas vacías.
Javier (Juan Pablo Cuevas) es un dramaturgo de éxito, bohemio y chic, practicante del amor libre y que parece ser un líder nato, al menos cuando parece hablar desde su «atalaya del dramaturgo». Vive en un pisito muy cuco en pleno centro de Madrid y le gusta mudarse cada año: «No enfrentarte a nuevos retos, te hace aburguesarte. De querer conservar, te vuelves conservador», afirma el personaje.
Algo que me ha llamado la atención de este personaje es que habla en femenino sobre sí mismo y sobre el resto de hombres, reivindicando el género femenino en el discurso. Además, es gay. Muy gay. Me explico: este rasgo debería ser un rasgo más de la personalidad de cada quien y, por tanto, no creo que debiera seguir siendo machaconamente EL foco descriptivo por antonomasia de la presentación de alguien, por el simple hecho de que una persona tenga esta orientación sexual. Cuando dos personas heterosexuales se conocen, esta característica concreta precisamente no es algo que destaquen de sí mismas. Por tanto, recalcar este rasgo de la personalidad de Javier así, de forma tan explícita y tan desde el inicio, me resulta una apuesta algo arriesgada, ya que puede derivar el cliché, en una descripción estereotípica. Sin embargo, en esta obra esta decisión de presentar a este personaje de esta manera viene plenamente justificada para ofrecer un contraste radical con Andrés, el otro personaje masculino de Jódete y crece.
Andrés (Manel Hernández) es un actor que participa en la última obra de Javier y que, al comienzo del montaje, llega a casa del dramaturgo con un objetivo bastante diferente al de este. Vive en el barrio del Pilar, parece mucho menos glamuroso que Javier y afirma que está en paro. De los tres personajes es el que menos dibujado me ha quedado y, por tanto, he echado en falta un poco más de profundidad en su personalidad.
Emma (Bárbara Valderrama) es una fotógrafa en ciernes, a la espera de conseguir por fin su primera exposición de éxito. Es amiga de Javier desde el jardín de infancia y ambos tienen una conexión muy especial en la que, quizás, haya más sombras de las que parece... Su ironía burlona y su mordacidad desde una aparente inocencia, que se acentúan cuando se activa su instinto posesivo, me han encantado. Por ejemplo, esta es su disculpa hacia Andrés por haber olvidado su nombre cuando lo conoce en casa de Javier: «Ay, es que Alfonso era el de la semana pasada y me confundo».
Jódete y crece es una obra que se sustenta en un texto muy agudo, sin pelos en la lengua, que tras una aparente divagación por temas diversos apunta a cuestiones muy concretas sobre el panorama al que se enfrenta la juventud actual. En él podemos encontrar grandes dosis de humor, con pinceladas de humor negro, que arrancan sonoras carcajadas del público que se combinan con momentos bastante dramáticos. En esta conjunción, nos encontramos ante un texto vivo en la que ciertas referencias pueden ser fácilmente sustituibles para que nunca pierda su actualidad o incluso para que se adapte a la sala en la que están representando la función en cada momento (por ejemplo, hay una mención a los Javis, cuya marca casualmente nació en el Lara, o una mención al último 14 en Selectividad, noticia del día anterior al que asistí a la representación). Este texto también tiene su dosis crítica a la política actual; a la precariedad laboral; al furor actual que hay por favorecer el emprendimiento, que a pesar de todas sus supuestas maravillas no se termina de implantar como la solución para el problema del empleo («¡Corred, sed emprendedores!, nos dicen. ¿Qué parte no entienden de que somos pobres?»); a los techos de cristal... No siempre son referencias directas, sino que también hay muchas sutilezas; si no conoces las referencias, se te escapará alguna que otra crítica. En esta obra no se otorga al espectador toda la información, sino que también se deja que el público rellene parte del puzzle, lo que tiene coherencia con una frase que grita Javier en un momento dado: «¡Yo no hago teatro para idiotas!». Y eso se agradece.
Los tres actores nos ofrecen unas interpretaciones frescas, naturales y cuidadas (a pesar de ciertos tropiezos con el texto a lo largo de la obra). Mantienen una química estupenda que afianza las relaciones de los personajes. Han sido una grata sorpresa.
En Jódete y crece abundan referencias a la generación millenial: la serie Friends (que, independientemente de cuántos años pasen, seguimos viendo), Las Crónicas de Narnia, La Oreja de Van Gogh (por cierto, absolutamente genial la versión particular de Eres la reina del pop que hacen en esta obra), la obsesión por los selfies, la frustración por una nota de audio de WhatsApp enviada por error o el uso del Spanglish, ya sea correcto o incorrecto: «Te va a dejar stunned», «¿Estás *preparated?» o «Estamos aquí metidos: the one, the two y the three». También se hace referencia al desconocimiento que esta generación sigue teniendo sobre ciertos aspectos, como la lengua o la cultura general: que alguien sea *cosmopólita (como la revista) en vez de cosmopolita o que cuando se hable de «el método» dentro de la jerga actoral, haya hueco para un chascarrillo con el método Dukan porque Andrés no pilla que se refieren al conjunto de técnicas de interpretación desarrolladas a partir del sistema Stanislavski.
Al son de La revolución sexual (2009), tiene lugar la que me ha parecido la escena más valiente de la obra, que podemos titular acorde a una de las frases de uno de los personajes: «Los tríos son el futuro». La dirección milimétrica de esta escena de sexo que se combina con tres monólogos en las que los distintos personajes nos cuentan algo sobre su pasado resulta sobresaliente y muy valiosa. Curiosamente se descentra la atención del espectador de la cama que preside el escenario (gracias a la cual se consigue marcar el paso del tiempo, cuando los personajes van pegando fotografías en su cabecero) hacia alguna de las esquina en primer plano, que es donde tiene lugar la esencia argumental de la escena. Es realmente complicado ver en teatro una escena de este tipo que no resulte violenta para el espectador por la proximidad con los actores, más aún en una sala pequeña. La última que vi de este tipo fue hace años en un montaje de The Canterbury Tales de la Royal Shakespeare Company en el Festival de Almagro (2006). Además, realmente me ha sorprendido la manera en la que se ha abordado en esta obra el tema de la diversidad sexual, cómo los términos «heterosexual» y «homosexual» se nos quedan cortos a las nuevas generaciones, cómo se puede mirar más allá. Mis más sinceras enhorabuenas.
De este aparente clímax aterrizamos en el monólogo final, que empieza muy fuerte. Se rompe la cuarta pared. Uno de los personajes nos habla a los espectadores sobre nuestra propia visita a la función (¡llega mi amado metateatro!), realiza un análisis de los personajes, comienza una disertación filosófica sobre el acto de crecer («Crecer jode, mata», afirma) que parece unir el título de la obra con la propia función... Todo parece que va a acabar en una impresión positivísima, llena de halagos. Y entonces... entonces... me quedo a cuadros: ¿pero qué ha pasado aquí? El texto toma unos derroteros totalmente inesperados y se sale del hilo que parecía plantear la sinopsis, la representación en sí. He tardado una semana entera en escribir esta crítica porque no sabía cómo enfocar esta parte. No tengo problema alguno con lo que plantea el final de este monólogo, pero abre un enfoque totalmente distinto para la función que no encaja con el planteamiento inicial (aunque sí podría hacerlo con el arco narrativo de uno de los personajes). Por no hablar que, aunque intenta ligar el título de la obra con su trama, no lo consigue. Todo lo que se nos ha contado hasta este momento realmente no tiene que ver con la idea de que transmite la frase de «Jódete y crece» (quizás solo con la primera palabra). Además, debido a la elección concreta de palabras del título, podría incluso estar alejando audiencia potencial. De pronto, parece que hay dos historias en una y que cada una transmite un mensaje diferente. ¿Es un problema incluir dos temas en una obra? No, pero tiene que estar claro cuál es el principal; no se puede marcar una dirección para de repente irse en otra. Me duele que una apuesta tan fantástica, que me ha hecho reír muchísimo, de la que he disfrutado prácticamente cada minuto me deje con este sabor agridulce al llegar al final, cuando lo único que podía no haberme convencido pudiera haber sido el título. Pero me debo a esta línea que Javier dice a Andrés en un momento del montaje: «Lo peor que le puedes decir a un director es que [su obra] está muy bien. ¿Te transmití algo?». Así que aquí va mi respuesta:
Sí, Jódete y crece ha sido una función que me ha transmitido la situación actual de los jóvenes en España, que me ha hablado de cómo para según qué cosas, tal y como dice Javier durante la representación: «Esto es el progreso, todo parece haber cambiado, pero todo sigue igual»: los padres siguen teniendo la eterna manía de que los hijos sean como ellos, comenzar una vida sigue siendo difícil, los jóvenes creemos que nos la sabemos todas y no es así... ¿Pero realmente todo sigue siendo tan, tan igual? ¿Realmente las generaciones que nos precedieron vieron sus sueños frustrados de la misma manera que nos está pasando a nosotros? ¿Se sintieron engañadas por todas aquellas promesas que los distintos acontecimientos económicos, políticos y sociales se han ido ocupando de invalidar? Este montaje nos habla sobre las luces y las sombras de nuestra generación, nos muestra nuestras carencias, incluso nuestros vicios, pero también nuestras virtudes. Y sinceramente me apena que un último monólogo, que entiendo pretende redondear la obra con un toque filosófico y dejar el mensaje claro, rompa con el sentido del discurso original. Inicialmente parece que la obra nos habla de tres personajes víctimas del sistema para después terminar poniendo el foco en solo un personaje. A pesar de esto, debo afirmar que se trata de una apuesta teatral interesante.
El elenco de Jódete y crece está formado por tres actores que dan vida a tres personajes totalmente diferentes entre sí, pero que tienen algo en común: forman parte de esa «generación mejor preparada de la historia» (al igual que quien escribe estas líneas), a la que nos prometieron muchas cosas y que poco a poco nos hemos ido frustrando por no encontrar lo que esperábamos tras tantas promesas vacías.
Javier (Juan Pablo Cuevas) es un dramaturgo de éxito, bohemio y chic, practicante del amor libre y que parece ser un líder nato, al menos cuando parece hablar desde su «atalaya del dramaturgo». Vive en un pisito muy cuco en pleno centro de Madrid y le gusta mudarse cada año: «No enfrentarte a nuevos retos, te hace aburguesarte. De querer conservar, te vuelves conservador», afirma el personaje.
Algo que me ha llamado la atención de este personaje es que habla en femenino sobre sí mismo y sobre el resto de hombres, reivindicando el género femenino en el discurso. Además, es gay. Muy gay. Me explico: este rasgo debería ser un rasgo más de la personalidad de cada quien y, por tanto, no creo que debiera seguir siendo machaconamente EL foco descriptivo por antonomasia de la presentación de alguien, por el simple hecho de que una persona tenga esta orientación sexual. Cuando dos personas heterosexuales se conocen, esta característica concreta precisamente no es algo que destaquen de sí mismas. Por tanto, recalcar este rasgo de la personalidad de Javier así, de forma tan explícita y tan desde el inicio, me resulta una apuesta algo arriesgada, ya que puede derivar el cliché, en una descripción estereotípica. Sin embargo, en esta obra esta decisión de presentar a este personaje de esta manera viene plenamente justificada para ofrecer un contraste radical con Andrés, el otro personaje masculino de Jódete y crece.
Andrés (Manel Hernández) es un actor que participa en la última obra de Javier y que, al comienzo del montaje, llega a casa del dramaturgo con un objetivo bastante diferente al de este. Vive en el barrio del Pilar, parece mucho menos glamuroso que Javier y afirma que está en paro. De los tres personajes es el que menos dibujado me ha quedado y, por tanto, he echado en falta un poco más de profundidad en su personalidad.
Emma (Bárbara Valderrama) es una fotógrafa en ciernes, a la espera de conseguir por fin su primera exposición de éxito. Es amiga de Javier desde el jardín de infancia y ambos tienen una conexión muy especial en la que, quizás, haya más sombras de las que parece... Su ironía burlona y su mordacidad desde una aparente inocencia, que se acentúan cuando se activa su instinto posesivo, me han encantado. Por ejemplo, esta es su disculpa hacia Andrés por haber olvidado su nombre cuando lo conoce en casa de Javier: «Ay, es que Alfonso era el de la semana pasada y me confundo».
Jódete y crece es una obra que se sustenta en un texto muy agudo, sin pelos en la lengua, que tras una aparente divagación por temas diversos apunta a cuestiones muy concretas sobre el panorama al que se enfrenta la juventud actual. En él podemos encontrar grandes dosis de humor, con pinceladas de humor negro, que arrancan sonoras carcajadas del público que se combinan con momentos bastante dramáticos. En esta conjunción, nos encontramos ante un texto vivo en la que ciertas referencias pueden ser fácilmente sustituibles para que nunca pierda su actualidad o incluso para que se adapte a la sala en la que están representando la función en cada momento (por ejemplo, hay una mención a los Javis, cuya marca casualmente nació en el Lara, o una mención al último 14 en Selectividad, noticia del día anterior al que asistí a la representación). Este texto también tiene su dosis crítica a la política actual; a la precariedad laboral; al furor actual que hay por favorecer el emprendimiento, que a pesar de todas sus supuestas maravillas no se termina de implantar como la solución para el problema del empleo («¡Corred, sed emprendedores!, nos dicen. ¿Qué parte no entienden de que somos pobres?»); a los techos de cristal... No siempre son referencias directas, sino que también hay muchas sutilezas; si no conoces las referencias, se te escapará alguna que otra crítica. En esta obra no se otorga al espectador toda la información, sino que también se deja que el público rellene parte del puzzle, lo que tiene coherencia con una frase que grita Javier en un momento dado: «¡Yo no hago teatro para idiotas!». Y eso se agradece.
Los tres actores nos ofrecen unas interpretaciones frescas, naturales y cuidadas (a pesar de ciertos tropiezos con el texto a lo largo de la obra). Mantienen una química estupenda que afianza las relaciones de los personajes. Han sido una grata sorpresa.
En Jódete y crece abundan referencias a la generación millenial: la serie Friends (que, independientemente de cuántos años pasen, seguimos viendo), Las Crónicas de Narnia, La Oreja de Van Gogh (por cierto, absolutamente genial la versión particular de Eres la reina del pop que hacen en esta obra), la obsesión por los selfies, la frustración por una nota de audio de WhatsApp enviada por error o el uso del Spanglish, ya sea correcto o incorrecto: «Te va a dejar stunned», «¿Estás *preparated?» o «Estamos aquí metidos: the one, the two y the three». También se hace referencia al desconocimiento que esta generación sigue teniendo sobre ciertos aspectos, como la lengua o la cultura general: que alguien sea *cosmopólita (como la revista) en vez de cosmopolita o que cuando se hable de «el método» dentro de la jerga actoral, haya hueco para un chascarrillo con el método Dukan porque Andrés no pilla que se refieren al conjunto de técnicas de interpretación desarrolladas a partir del sistema Stanislavski.
Al son de La revolución sexual (2009), tiene lugar la que me ha parecido la escena más valiente de la obra, que podemos titular acorde a una de las frases de uno de los personajes: «Los tríos son el futuro». La dirección milimétrica de esta escena de sexo que se combina con tres monólogos en las que los distintos personajes nos cuentan algo sobre su pasado resulta sobresaliente y muy valiosa. Curiosamente se descentra la atención del espectador de la cama que preside el escenario (gracias a la cual se consigue marcar el paso del tiempo, cuando los personajes van pegando fotografías en su cabecero) hacia alguna de las esquina en primer plano, que es donde tiene lugar la esencia argumental de la escena. Es realmente complicado ver en teatro una escena de este tipo que no resulte violenta para el espectador por la proximidad con los actores, más aún en una sala pequeña. La última que vi de este tipo fue hace años en un montaje de The Canterbury Tales de la Royal Shakespeare Company en el Festival de Almagro (2006). Además, realmente me ha sorprendido la manera en la que se ha abordado en esta obra el tema de la diversidad sexual, cómo los términos «heterosexual» y «homosexual» se nos quedan cortos a las nuevas generaciones, cómo se puede mirar más allá. Mis más sinceras enhorabuenas.
De este aparente clímax aterrizamos en el monólogo final, que empieza muy fuerte. Se rompe la cuarta pared. Uno de los personajes nos habla a los espectadores sobre nuestra propia visita a la función (¡llega mi amado metateatro!), realiza un análisis de los personajes, comienza una disertación filosófica sobre el acto de crecer («Crecer jode, mata», afirma) que parece unir el título de la obra con la propia función... Todo parece que va a acabar en una impresión positivísima, llena de halagos. Y entonces... entonces... me quedo a cuadros: ¿pero qué ha pasado aquí? El texto toma unos derroteros totalmente inesperados y se sale del hilo que parecía plantear la sinopsis, la representación en sí. He tardado una semana entera en escribir esta crítica porque no sabía cómo enfocar esta parte. No tengo problema alguno con lo que plantea el final de este monólogo, pero abre un enfoque totalmente distinto para la función que no encaja con el planteamiento inicial (aunque sí podría hacerlo con el arco narrativo de uno de los personajes). Por no hablar que, aunque intenta ligar el título de la obra con su trama, no lo consigue. Todo lo que se nos ha contado hasta este momento realmente no tiene que ver con la idea de que transmite la frase de «Jódete y crece» (quizás solo con la primera palabra). Además, debido a la elección concreta de palabras del título, podría incluso estar alejando audiencia potencial. De pronto, parece que hay dos historias en una y que cada una transmite un mensaje diferente. ¿Es un problema incluir dos temas en una obra? No, pero tiene que estar claro cuál es el principal; no se puede marcar una dirección para de repente irse en otra. Me duele que una apuesta tan fantástica, que me ha hecho reír muchísimo, de la que he disfrutado prácticamente cada minuto me deje con este sabor agridulce al llegar al final, cuando lo único que podía no haberme convencido pudiera haber sido el título. Pero me debo a esta línea que Javier dice a Andrés en un momento del montaje: «Lo peor que le puedes decir a un director es que [su obra] está muy bien. ¿Te transmití algo?». Así que aquí va mi respuesta:
Sí, Jódete y crece ha sido una función que me ha transmitido la situación actual de los jóvenes en España, que me ha hablado de cómo para según qué cosas, tal y como dice Javier durante la representación: «Esto es el progreso, todo parece haber cambiado, pero todo sigue igual»: los padres siguen teniendo la eterna manía de que los hijos sean como ellos, comenzar una vida sigue siendo difícil, los jóvenes creemos que nos la sabemos todas y no es así... ¿Pero realmente todo sigue siendo tan, tan igual? ¿Realmente las generaciones que nos precedieron vieron sus sueños frustrados de la misma manera que nos está pasando a nosotros? ¿Se sintieron engañadas por todas aquellas promesas que los distintos acontecimientos económicos, políticos y sociales se han ido ocupando de invalidar? Este montaje nos habla sobre las luces y las sombras de nuestra generación, nos muestra nuestras carencias, incluso nuestros vicios, pero también nuestras virtudes. Y sinceramente me apena que un último monólogo, que entiendo pretende redondear la obra con un toque filosófico y dejar el mensaje claro, rompa con el sentido del discurso original. Inicialmente parece que la obra nos habla de tres personajes víctimas del sistema para después terminar poniendo el foco en solo un personaje. A pesar de esto, debo afirmar que se trata de una apuesta teatral interesante.
Valoración:
¿Dónde y cuándo se representa Jódete y crece?
Esta función se representa en el Teatro Lara desde el 19 de junio hasta el 24 de julio de 2019, los miércoles a las 22:15h.
Hola! No creo que pueda verla pero tiene muy buena pinta. Gracias por la reseña.
ResponderEliminarUn saludo!
Hola, Beatriz:
EliminarGracias a ti por pasarte de nuevo por aquí :)
Un saludo imaginativo...
Patt
Uff esta vez creo que no me convences, y eso que estoy haciendo agenda para visitar próximamente Madrid
ResponderEliminarBesos
Hola, mientras leo:
EliminarAnda, ¿sí? Pues no sé qué fechas tendrás pensadas, pero si vas a estar en verano, van a reponer "La función por hacer" por su 10º aniversario y esa es un MUST. ¡Gracias por comentar!
Un saludo imaginativo...
Patt
No podía dejar de comentar esta reseña de una puesta en escena que me encantó, a pesar de que no es perfecta, (¿qué cosa lo es, realmente?). Como millenial, me sentí muy reflejada en la interpretación de sus protagonistas y fue un sabor agridulce acompañarlos en la realidad de su pequeño mundo.
ResponderEliminarLo que más me gustó fue escuchar una de mis canciones favoritas de LODV, una banda que creo yo, sigue marcándonos con sus melodías.
Solo quería agregar que hacéis un trabajo estupendo en este blog, me encantan los libros y de vez en cuando ir al teatro. Ojalá haya una buena obra pronto para que nos la comentes. Un besazo.
¡Hola!
EliminarDisculpa el retraso en responderte; el blog ha estado cerrado por vacaciones un par de meses y estoy poniéndome al día con los comentarios pendientes.
Estoy totalmente de acuerdo contigo en que la puesta en escena de esta obra es muy buena; a mí también me gustó mucho. Y veo que coincidimos en nuestro gusto por LODVG. Por curiosidad, ¿la sigues siguiendo -valga la redundancia- tras el cambio de cantante?
Me alegro un montón de que te guste este rinconcito. Me encantará verte en el futuro por aquí para que sigamos comentando obras de teatro y libros :)
Un saludo imaginativo...
Patt