Lectura quincenal - Enero 2018
La primera lectura quincenal del año son las primeras páginas de uno de los últimos libros que ha publicado la editorial Catedral: Chica en guerra de Sara Novic (traducción de Milo J. Krmpotic). Su sinopsis me llamó la atención enseguida por la temática que trata y será de mis próximas lecturas. A ver qué te parece...
¡Dentro primeras páginas!
¡Dentro primeras páginas!
Chica en guerra
Sara Novic
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1
La guerra en Zagreb comenzó por culpa de un paquete de cigarrillos. Habían existido tensiones con anterioridad, rumores acerca de disturbios en otros pueblos que se susurraban por encima de mi cabeza, pero nada de explosiones, nada tan rotundo. Atrapada entre las montañas, Zagreb se achicharraba en verano, y la mayoría de la gente abandonaba la ciudad y se iba a la costa durante los meses más calurosos. Hasta donde yo podía recordar, mi familia siempre había pasado las vacaciones con mis padrinos en un pueblo pesquero hacia el sur. Pero los serbios habían bloqueado las carreteras que llevaban al mar, al menos eso es lo que decía todo el mundo, así que, por primera vez en mi vida, pasamos el verano en el interior.
En la ciudad, todo estaba húmedo y pegajoso, los pomos de las puertas y barandillas de las estaciones de tren se notaban aceitosas por el sudor ajeno, el aire se mostraba cargado de los aromas de la comida del día anterior. Nos dábamos duchas frías y caminábamos por el piso en paños menores. Bajo el chorro del agua fresca imaginaba el chisporroteo de mi piel, el vapor que debía despedir. De noche nos tumbábamos encima de la sábanas, en espera de un descanso intermitente poblado de sueños febriles.
Cumplí los diez años durante la última semana de agosto, una celebración marcada por una tarta pastosa y eclipsada por el calor y la inquietud. Ese fin de semana, mis padres invitaron a sus mejores amigos ─Petar y Marina, mis padrinos─ a cenar. La casa en la que veraneábamos pertenecía al abuelo Petar. El parón en las clases de mi madre nos permitía pasar tres meses de vacaciones ─mi padre cogía el tren para reunirse más tarde con nosotros─ y los cinco vivíamos juntos en los acantilados del Adriático. Pero ahora que nos habíamos quedado sin acceso al mar, las cenas de fin de semana se habían convertido en una nerviosa pantomima de la normalidad.
Antes de que llegaran Petar y Marina, discutí con mi madre sobre la necesidad de vestirme.
─No eres un animal, Ana. O te pones los pantalones cortos o no cenas.
─En Tiska solo me pongo la parte de abajo del bañador ─respondí, pero mi madre me lanzó una de sus miradas y yo me vestí.
Esa noche, los adultos se enzarzaron en el debate habitual sobre el tiempo que hacía que se conocían. Les gustaba decir que a mi edad ya eran amigos, sin importarles la edad que yo tuviera, y, después de una hora y de una botella de Feravino, generalmente lo dejaban ahí. Petar y Marina no tenían hijos con los que yo pudiera jugar, así que me sentaba a la mesa con mi hermana pequeña en la falda y les escuchaba competir por ver quién atesoraba el recuerdo más lejano. Rahela tenía solo ocho meses y nonca había visto la costa, así que le hablaba del mar y de nuestra barquita, y ella sonreía cuando yo le ponía cara de pez.
Después de comer, Petar me llamó y me dio un puñado de dinares.
─Vamos a ver si eres capaz de batir tu récord ─me dijo.
Era un juego que los dos compartíamos: yo corría a la tienda para comprarle cigarrillos y él me cronometraba. Si batía mi récord, me dejaba quedarme con algunos dinares del cambio. Me metí el dinero en el bolsillo de los vaqueros cortados y salí disparada para bajar corriendo los nueve pisos.
Estaba convencida de que iba a establecer un nuevo récord. [...]
En la ciudad, todo estaba húmedo y pegajoso, los pomos de las puertas y barandillas de las estaciones de tren se notaban aceitosas por el sudor ajeno, el aire se mostraba cargado de los aromas de la comida del día anterior. Nos dábamos duchas frías y caminábamos por el piso en paños menores. Bajo el chorro del agua fresca imaginaba el chisporroteo de mi piel, el vapor que debía despedir. De noche nos tumbábamos encima de la sábanas, en espera de un descanso intermitente poblado de sueños febriles.
Cumplí los diez años durante la última semana de agosto, una celebración marcada por una tarta pastosa y eclipsada por el calor y la inquietud. Ese fin de semana, mis padres invitaron a sus mejores amigos ─Petar y Marina, mis padrinos─ a cenar. La casa en la que veraneábamos pertenecía al abuelo Petar. El parón en las clases de mi madre nos permitía pasar tres meses de vacaciones ─mi padre cogía el tren para reunirse más tarde con nosotros─ y los cinco vivíamos juntos en los acantilados del Adriático. Pero ahora que nos habíamos quedado sin acceso al mar, las cenas de fin de semana se habían convertido en una nerviosa pantomima de la normalidad.
Antes de que llegaran Petar y Marina, discutí con mi madre sobre la necesidad de vestirme.
─No eres un animal, Ana. O te pones los pantalones cortos o no cenas.
─En Tiska solo me pongo la parte de abajo del bañador ─respondí, pero mi madre me lanzó una de sus miradas y yo me vestí.
Esa noche, los adultos se enzarzaron en el debate habitual sobre el tiempo que hacía que se conocían. Les gustaba decir que a mi edad ya eran amigos, sin importarles la edad que yo tuviera, y, después de una hora y de una botella de Feravino, generalmente lo dejaban ahí. Petar y Marina no tenían hijos con los que yo pudiera jugar, así que me sentaba a la mesa con mi hermana pequeña en la falda y les escuchaba competir por ver quién atesoraba el recuerdo más lejano. Rahela tenía solo ocho meses y nonca había visto la costa, así que le hablaba del mar y de nuestra barquita, y ella sonreía cuando yo le ponía cara de pez.
Después de comer, Petar me llamó y me dio un puñado de dinares.
─Vamos a ver si eres capaz de batir tu récord ─me dijo.
Era un juego que los dos compartíamos: yo corría a la tienda para comprarle cigarrillos y él me cronometraba. Si batía mi récord, me dejaba quedarme con algunos dinares del cambio. Me metí el dinero en el bolsillo de los vaqueros cortados y salí disparada para bajar corriendo los nueve pisos.
Estaba convencida de que iba a establecer un nuevo récord. [...]
¿Qué te ha parecido esta lectura quincenal?
¿Has leído algo de la guerra entre Croacia y Serbia?
¿Te animarías a seguir leyendo este libro habiendo leído estas líneas?
Parece interesante :)
ResponderEliminar¡Saludos!
Hola, Twins:
Eliminar¡Desde luego que sí!
Un saludo imaginativo...
Patt
¡¡Hola, Patt!!
ResponderEliminarEsta vez no lo apunto, no sé, no me llama la atencion, por lo menos no por ahora. Sin embargo, espero que lo disfrutes.
¡Abrazos, nos leemos!
Hola, Mary:
EliminarYa te contaré qué me parece. ¡Gracias por volver a pasarte por este rinconcito!
Un saludo imaginativo...
Patt
Pues mira, posiblemente me anime. Sobre los Balcanes leí La hija del Este de Clara Usón, basado en la vida de la hija de El carnicero de los Balcanes y me pareció demoledor y fascinante.
ResponderEliminarBesos
Hola, mientras leo:
Eliminar¡Anda! Pues ya me contarás (que seguro que te me adelantas...) Y ¡vaya! El de "La hija del Este" desde luego parece... impactante. ¿Hiciste reseña? Curiosearé a ver...
Un saludo imaginativo...
Patt
Hice, hice. Y sí, cuando me haga con él te contaré
EliminarBesos
hola! pues no lo conocemos, veremos de leerlo segun tu lo recomiendas! gracias y saludosbuhos
ResponderEliminarHola, Búho:
EliminarGenial. Pues ya os contaré.
Un saludo imaginativo...
Patt
Hum, no ho sé, no he leído nada de esta ambientación pero no termina de llamarme y el fragmento que nos has dejado, aunque tiene una primera frase curiosa, tampoco me ha enganchado. Si un caso, esperaré a ver qué nos cuentas. En cuanto a la reseña de Mientrasleo, justo hoy la he leído :P
ResponderEliminarHola, Laura:
EliminarA mí me llamó la atención en cuanto pasó por mis manos. Ya te contaré. ¡Gracias por comentar!
Un saludo imaginativo...
Patt
PD: ¿Y qué te pareció la reseña?
Huy, idò llamativa, no conocía el libro y el tema me ha llamó la atención porque no ha sido muy tratado. Aún así, me parece demasiado histórico e intimista para mí.
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