Lectura quincenal

julio 06, 2013
 

Capítulo 1: EL MÉTODO CIENTÍFICO DE LA MENTE

Algo siniestro ocurría en las granjas de Great Wyrley. Ovejas, vacas, caba­ llos: uno por uno se desplomaban sin vida en medio de la noche. La causa de la muerte: un corte largo y no muy profundo en el estómago que provocaba un desangramiento lento y doloroso. Los granjeros estaban indignados; la comunidad, horrorizada. ¿Quién querría maltratar así a esos seres indefensos?

La policía creía haber dado con el autor: George Edalji, el hijo de un párroco local de ascendencia india. En 1903, a los veintisiete años de edad, Edalji fue sentenciado a siete años de trabajos forzados por la mutilación de un poni que había sido hallado en una zanja cercana al domicilio del párroco. De nada sirvió que el párroco jurara que su hijo estaba durmien­ do en el momento de los hechos, que las matanzas y mutilaciones siguie­ ran después de que George hubiera sido encarcelado y —sobre todo— que las principales pruebas fueran unas cartas anónimas que supuestamente habían sido escritas por George y en las que se confesaba autor de los he­ chos. Los agentes, dirigidos por el capitán George Anson, jefe de policía de Staffordshire, estaban seguros de haber hallado al culpable.

Tres años después, Edalji fue puesto en libertad. El Home Office, el Ministerio del Interior británico, había recibido dos peticiones —una firmada por diez mil personas y otra por un grupo de trescientos aboga­ dos— que alegaban su inocencia por falta de pruebas. Aun así, el caso estaba lejos de darse por cerrado. Puede que Edalji fuera libre como per­ sona, pero seguía siendo considerado culpable. Antes de que lo arrestaran trabajaba de procurador y ahora no podía volver a ejercer su profesión.

En 1906, George Edalji tuvo un golpe de suerte: Arthur Conan Doyle, el famoso creador de Sherlock Holmes, se había interesado en su caso. Aquel invierno, Conan Doyle quedó en encontrarse con Edalji en el Grand Hotel de Charing Cross. Y en cuanto sir Arthur vio a Edalji desde el otro lado del hall, se desvaneció al instante cualquier duda que pudiera tener sobre la inocencia del joven. Como él mismo escribió después:
[Edalji] ya había llegado a mi hotel para la cita y al venir yo con retraso pasaba la espera leyendo el periódico. Lo reconocí por su tez oscura y me detuve a observarlo. Sostenía el periódico cerca de los ojos y un poco de lado, lo que no solo era señal de fuerte miopía, sino también de marcado astigmatismo. La idea de que aquel hombre recorriera los campos por la noche y atacara al ganado evitando la vigilancia de la policía era ridícula... Ahí, en esa tara física, residía la certeza moral de su inocencia.
Pero aunque Conan Doyle se quedó convencido, sabía que haría falta algo más para llamar la atención del Ministerio. Así que viajó a Great Wyrley para reunir pruebas sobre el caso. Entrevistó a lugareños. Examinó las escenas de los hechos, las pruebas, las circunstancias. Se reunió con el cada vez más hostil capitán Anson. Visitó la vieja escuela de George. Examinó los anónimos supuestamente enviados por él y se vio con el grafólogo que había peritado su autoría. Luego preparó un informe con todos los datos y lo presentó en el Ministerio.

¿Las cuchillas ensangrentadas? Las manchas no eran de sangre, sino de herrumbre, y en todo caso no podían producir la clase de heridas que habían sufrido los animales. ¿La tierra en la ropa de Edalji? Nada que ver con la zanja donde el poni había sido hallado. ¿El experto en grafología? Ya en otras ocasiones había cometido errores que habían conducido a condenas injustas. Y, claro, estaba la cuestión de la vista: ¿de verdad al­ guien con tal astigmatismo y miopía era capaz de recorrer los campos mutilando animales por la noche?

Finalmente, en la primavera de 1907, Edalji fue absuelto de la acusa­ción de maltrato animal. No fue la victoria total que Conan Doyle había esperado —George no tuvo derecho a indemnización por su arresto y su estancia en prisión—, pero era más que nada y Edalji pudo volver a ejer­ cer. Según Conan Doyle, la comisión de investigación encontró que «la policía llevó a cabo su investigación no con el objeto de averiguar quién era el culpable, sino con el fin de hallar pruebas en contra de Edalji, por­ que ya daba por cierto que había sido el autor». En agosto de ese mismo año se creó el primer tribunal de apelación de Inglaterra con la misión de ocuparse de futuras condenas erróneas y el caso de Edalji fue uno de los principales motivos de su fundación.

Todos los amigos y conocidos de Conan Doyle se quedaron impresio­ nados, pero ninguno dio tanto en el clavo como el novelista George Meredith. «No voy a mencionar el nombre del que sus oídos ya estarán hartos —dijo Meredith en alusión a Sherlock Holmes—, pero el creador del maravilloso detective amateur ha demostrado lo que es capaz de hacer en el mundo de lo real.» Sherlock Holmes es obra de la imaginación, pero el rigor de su pensamiento es una realidad. Si se aplican correctamente, sus métodos dan lugar a cambios tangibles y positivos, y van mucho más allá del mundo del delito. 

! Para seguir leyendo el primer capítulo, pincha aquí.


¿Qué os ha parecido esta curiosa historia que encabeza el libro de Maria Konnikova?
¿Os esperabáis a un Conan Doyle sherlockiano?

1 comentario:

  1. Hola :) Pues no conocía el libro, y tampoco me ha gustado mucho el primer capítulo, pero gracias por enseñarnoslo.
    Un besito.

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