Lectura quincenal

agosto 18, 2010
Perdona pero quiero casarme contigo

Federico Moccia

Uno

«Te quiero.»
Casi le gustaría pronunciarlo en silencio, susurrarlo. En cambio, Alex se limita a sonreírle y a mirarla. Duerme despreocupada envuelta entre las sábanas. Dulce, suave, sensual, con una ligera mueca de enojo en la boca, con los labios entreabiertos que todavía saben a amor. Su
amor. Su gran amor. Se detiene, se yergue. Una duda. ¿Alguna vez te ha gustado otro, Niki? Alex permanece absorto, en silencio, inmóvil, se aparta un poco de ella como si pretendiese enfocarla. Sonríe. No, no es posible. ¿Qué estoy diciendo? A Niki le gusta otro... Eso es imposible. Pero de nuevo lo asalta la duda, una penumbra breve, un espacio de la vida al que él no ha tenido acceso. Y su frágil seguridad se deshace en un abrir y cerrar de ojos, como un helado en manos de alguien resuelto a hacer dieta un día de mediados de agosto, en la playa.
Ha pasado ya un año desde que regresaron de aquel faro, de la Isla Azul, de la espléndida isla de los enamorados.
Regresa en un instante a ese lugar.
Finales de septiembre.
—Alex, mira... Mira... ¡No tengo miedo!
Niki está en lo alto de un peñasco, completamente desnuda, recortada por el sol que se encuentra a sus espaldas. Sonríe a contraluz y grita:
—¡Me tirooo! —y salta al vacío.
Su melena oscura con algunas mechas aclaradas por el sol y el mar, por todos esos días que han pasado en la isla, la sigue ligeramente rezagada. ¡Plof! Está en el agua. Mil burbujas en torno a ella, que desaparece en el azul del mar.
Alex sonríe y sacude la cabeza, divertido.
—No me lo creo, no me lo creo...
Se levanta de un peñasco más bajo donde estaba leyendo el periódico y se tira también. En un abrir y cerrar de ojos, emerge junto a las burbujitas y la ve reaparecer risueña.
—Entonces, ¿qué?, ¿te ha gustado? Tú no te atreves...
—Pero ¿qué dices?
—En ese caso, vamos, prueba... No tengo todo el día...
Se ríen divertidos y se abrazan, desnudos, agitando los pies bajo el agua a toda velocidad para mantenerse a flote. Se dan un beso salado, prolongado, suave, con el sabor dulce del amor. Sus cuerpos calientes se aproximan y se unen en el agua fresca. Están solos. Solos en medio del mar. Y un beso, y otro, y otro más. De repente se levanta una ráfaga de viento. El periódico sale volando, abandona el peñasco, se levanta, revolotea a lo lejos, arriba, más arriba, como una cometa sin hilo que, furiosa y rebelde, se abre de repente desplegando sus alas y parece multiplicarse en otros diarios idénticos que, plof, se abren también con el viento y a continuación caen en picado sobre Alex y Niki.
—¡Nooo! Mi periódico...
—¡Qué más da, Alex! ¿Hay algo indispensable que debas saber?
Se separan y nadan veloces para recoger las páginas mojadas: anuncios, malas noticias, datos económicos, crónicas, política y espectáculos.
—Aquí está, ¿ves?..., es mi periódico...
Pero el interés dura un instante, Alex esboza una sonrisa. Es cierto, ¿qué debería saber? ¿Qué necesito? Nada. Lo tengo todo. La tengo a ella.
[...]


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