Por el placer de volver a verla...

abril 05, 2010


El otro día acudí a una función de teatro que tenía muchas ganas de ver... en la que actuaba el actor argentino Miguel Ángel Solá.

Ésta es la presentación de la obra que hace el teatro Amaya

"Un famoso y reconocido autor teatral, también director y –en este caso- actor, nos propone aceptar que “alguien” es único cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verle.
Y nos invita a pensar que, de no ser eso el amor, tal vez pueda tratarse de lo más parecido al amor.
Para probar que es así, y dar sentido a su última pieza teatral, deberá contar con “ella”, esa mujer que hará que su nostalgia adopte el rostro de la felicidad.
Ante el público –sumergiéndose en un pasado muy presente-, sin prejuicios, ni preconceptos, ni humillaciones, ni miedos, ni desgarros tortuosos, iniciará un viaje al corazón abierto del teatro.
Esta pequeña gran obra trata del infinito placer de comprobar que la realidad y la verdad no son la misma cosa.
Y que se puede volver a dialogar, emocionar y reir con quien se supone dejó de ser realidad, porque, la verdad, puede traerle cuantas veces quiera.
El amor lo hace posible.
Y el teatro.
Como en “Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain”: teatro de sentimientos, teatro para crecer, teatro para todos. Teatro que no excluye a nadie."

Éste es básicamente el argumento de la obra. Solá narra sus reflexiones apoyado en el el tiempo que compartió con su madre (Blanca Oteyza). Durante la representación, en el escenario se nos muestran unas escenas cotidianas entre las que destaca una en especial:
El diálogo sobre una novela ridícula.
Las diferencias de opiniones de una mujer madura que trata de evadirse con sus teorías sobre la realidad y las de un niño que está entrando en la adolescencia que ve las cosas de forma muy lógica. La discusión entre ambos puntos de vista es genial, muy bien conseguida e interpretada cn total maestría, tanto por un lado como por el otro.
La obra toca muchos temas... Pero creo que lo que en el fondo quiere decir es que una persona, aunque histérica e irracional, aunque tenga muchos defectos, puede ser capaz de marcarte de por vida, de hacerte como eres, de guiarte en la vida. En este caso, es la madre del actor que narra su vida... Pero, en mi impresión, puede ser cualquiera...
Esta obra tiene un comienzo muy fuerte... empieza de una manera gracias a la cual el espectador se mete de lleno en ella y ríe con ganas. La manera que tiene Solá de interpretar a un niño de once años es impresionante. Llega un momeneto en el que incluso le puedes ver como un niño al que regaña constantementesu madre or uno u otro motivo mientras que él no le da importancia ya que sabe cómo va a reaccionar su madre. Sin embargo, el final es más dramático y algo más pesado comparado con la primera parte. Eso sí, el final es apoteósico y muy buen buscado. Es cierto que sucede en la mente del autor, que no es lo que sucedió "en realidad".

Si os animáis a verla, cosa que os recomiendo, la representan en le Teatro Amaya. Aquí os dejo los horarios...
Del 4 de Marzo al 2 de Mayo ¡Improrrogable!
Horarios de Funciones:
Miércoles, Jueves y Viernes 20:30 h.
Sábados 19:30 y 22:00
Domingos 18:00 h.

7 comentarios:

  1. ¡Hola!

    Pues sí, esa es xDDDD

    Patt

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  2. muy interesante el blog, regresare a leerlo mas detenidamente.
    un saludo en la lejania.

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  3. Fui dispuesta a volver a vivir algo de esa Magia que nos dejó “El diario de Adán y Eva" y no me defraudaron. Sensibilidad, ternura, inteligencia, diversión y de esas emociones que te crujen, y, además, un homenaje al teatro. La obra es de una sencillez pasmosa, y eso me demuestra que con dos grandísimos actores y un bonito argumento no es necesario mucho más para que te llegue una historia (que en este caso es la nuestra, realmente) al corazón. Pocas veces he salido tan satisfecha del teatro. Más que recomendable.

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  4. Teatro, teatro y más teatro en el Rosalía. Sencillez y rigor sin superficialidades, con lo exactamente justo, la representación se crece por el ingenioso texto y la inteligencia, tanto de los actores para comunicar como del público para asimilar y responder. La corriente emocional que llegamos a sentir en esos cien minutos de obra gracias a la conjunción de estos elementos fue arrebatadora. Me entusiasmó ella. Y él. No es que sean cómplices, son un único árbol y tan diferentes. Me entusiasmaron, (soy actor y escritor, o lo pretendo desde hace muchos años sin desmayar) las reflexiones sobre el teatro, el espectador y los actores. Me entusiasmó el grado de influencia que logra directa e indirectamente esa madre sobre su hijo, con su machacón pensamiento casero cargado del milagroso ¡levántate y anda! Me entusiasmó el relato del hijo, su capacidad de enternecernos, de despertar nuestras ganas de querer como se debe querer; y su osadía de imitar a su madre con el ¡levántate y anda! del que hablaba antes, en esa escena final (no quiero desvelar nada), que es categórica, que es el sello de la casa matriz, como en El diario de Adán y Eva la imagen final. Qué coraje le ponen estos tres nombres propios al teatro que hacen so riesgo de caerles cursis a los que saben tanto de todo. Yo tenía a uno de esos a mi izquierda que no aguantó ese final deseado, y que comentó: ¡buáh!, en un tono exagerado como para romper el encanto a su alrededor. Fue luego también el único de mi sector en no ponerse en pie, ni aplaudir, ni vivar el espectáculo. En cambio, para mí, poder darle un final así a quien se quiere con el alma es sencillamente transgresor. En una época que rechaza el poder del deseo de la poesía y que todo lo subordina al patético realismo que nos oprime como una puerta los dedos, para mí ese final, repito a gritos, es transgresor. Tras haber llorado de tristeza, me encontré secando mis lágrimas de alegría que son bien diferentes. ¿Qué importaba ese en definitiva pobre de espíritu que luchó a brazo partido por aburrirse, por aislarse, por negar toda nuestra felicidad y aprobación? Los actores son de otra escuela, de otra raza, de otra creencia, de otro trato. Saben conmover sin prepararse, sin forzar, sin técnica a la vista, como yo sueño llegar a actuar alguna vez. Todo les brota naturalmente y pulsan la tecla exacta del espectador entregado, y así pasa lo que pasa con sus obras. Y el director ha de ser un sabio. Salí apasionado una vez más por el teatro. Y mi novia pide que diga que daría su vida en este instante por dejar ese recuerdo en los hijos que aún no hemos tenido. ¡Qué bonito mi niña, lo más grande de este escrito! Julio.

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  5. Dos únicos personajes, con toda una obra para brindarse el uno al otro. Descubriremos que son entrañables. Nana -Blanca Oteyza-, es, a la vez, el motivo del amor y de la nostalgia del otro, y madre de Miguel, ese otro -Solá-, el escritor teatral en busca de un tiempo pasado que no debe perderse.
    Ella, reconoce él, ha sido su impulso hacia una manera de vivir, y es hoy su inspiración. Y va a contar el por qué, contándose a sí mismo y haciendo que ella se cuente. Ella, su madre, fue quien le enseñó a amar la lectura y el teatro.
    Nada por aquí, nada por allá (como en “El zoológico de cristal”, pero con humildad y dicha), y de su manga de escritor ya consagrado, sale un único as, el del triunfo: ese que le regaló la vida por parto y por palabras.
    Así de sencillo.
    De ahí en más, la alegría de ser diferentes se adueña del escenario. Y de la platea.
    Tras el arrollador éxito de “Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain” -obra con la que reinventaron el amor para más de un millón y medio de espectadores, durante casi una década-, y tras un paréntesis no querido de tres años, vuelven a reencontrarse sobre un escenario, optando por un texto bello -lleno de gracia, ternura e inteligencia-, de Michael Tremblay, que logra hacer diana en el corazón de los espectadores.
    Nuevamente bajo la dirección exquisita del también autor Manuel González Gil (Hoy: “El diario de Adán y Eva, de Mark Twain”), estos enormes actores nos ofrecen deliciosos fragmentos rescatados de la vida compartida por el propio dramaturgo y su madre.
    Teatro dentro del teatro, dicen algunos, vida dentro de la vida, digo yo.
    ‘Por el placer de volver a verla’ nos presenta a un autor feliz de retorcerle el brazo a la mala muerte, y a una madre extremadamente fantasiosa -para que la vida no le doliera tanto, la excusa Tremblay-, y excesiva («hay razones que el corazón no entiende», excusaba a su vez don Shakespeare a los emocionales, y Nana es un ejemplo ejemplar) en su desaforada manera de “educar” al niño, “tratar de contener” al adolescente, o “ubicar” al nunca adulto Miguel. De esos diálogos, y por eso mismo, surge la risa franca del espectador, y, debido a otras situaciones, que no debo desvelar, la lágrima, tan franca como la risa.
    El autor es consciente de que «alguien es único cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verle». Pese sus rarezas, Nana es un poderoso imán, un delirio singular, un amoroso estado maternal en el que todo vale -menos el desprecio, la agresión, la indiferencia y la falta de respeto- para alejar el miedo de ser madre, que es la madre de todos los miedos. No importa cuanto deba caer en el ridículo por amar a ese hijo -a todas luces suyas indefenso- y protegerle de todo mucho más de lo necesario. Nana es una madre casi como todas las madres, aunque con un plus de excepcionalidad: su hijo, la ‘resucita’ transformándola en personaje, y la libra de las garras de una dolorosa, angustiosa y degradante muerte. Miguel no hace de Dios, pero propone a través del teatro rectificar ese error de Dios al habérsela llevado («Quiero irme como viví y no puedo. ¿Por qué esta angustia si todo ha sido ganancia?»), tan en sombras, a ella, que era toda luz. Aquí, en esta función, al igual que en Hoy: “El diario de Adán y Eva, de Mark Twain” no se hallarán rastros de conflictos, desgarros ni tragedias; sólo disfrutaremos de vitales sentimientos, retazos del alma humana que prefiere hablar en el idioma que le pertenece. En eso, tanto Oteyza y Solá como su director, suelen ir a trasmano de todo lo que se hace, entregándonos, además, un ejercicio teatral enorme y una mirada al interior de personajes aparentemente cotidianos, pero que ellos elevan por encima de la cotidianidad, para conducirlos, con cuidados únicos, por el camino del arte teatral.

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  6. Obra y actores extraordinarios. La he visto tres veces, por puro placer y como material de estudio. Creo que a la crítica le falta profundizar en las características de ese amor incondicional, se ha quuedado en las formas, pero la obra es mucho más, su significado es conmovedor, aún para mí. Juan Kohn (psicólogo)

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