Lectura quincenal

febrero 28, 2014
Un gato callejero llamado Bob

James Bowen


Capítulo 1: Compañeros de viaje

Según una famosa cita que leí en alguna parte, a todos se nos ofrecen segundas oportunidades cada día de nuestras vidas. Están ahí para que las tomemos, pero simplemente no lo hacemos.

He pasado una buena parte de mi vida confirmando esa cita. Se me dieron un montón de oportunidades, algunas veces a diario. Durante mucho tiempo no supe aprovecharlas, pero de pronto, a principios de la primavera de 2007, eso comenzó a cambiar. Fue justo entonces cuando me hice amigo de Bob. Al echar la vista atrás, algo me dice que también debía de ser su segunda oportunidad.

La primera vez que lo vi fue una tarde de un sombrío jueves de marzo. Londres aún no se había despedido del invierno y en las calles hacía un frío cortante, sobre todo cuando el ciento soplaba desde el Támesis. Aquella noche recuerdo que podía percibirse incluso un rastro de escarcha en el aire, lo que me hizo regresar a mi nuevo alojamiento en Tottenham, al norte de la ciudad, un poco antes que de costumbre, tras haber estado todo el día tocando en la zona de Covent Garden.

Como siempre, llevaba colgando de los hombros la funda negra de mi guitarra y la mochila, pero esa tarde iba, además, acompañado de mi mejor amiga, Belle. Habíamos salido juntos hacía mucho tiempo, pero ahora solamente éramos amigos. Teníamos pensado comprar algo con curry en un puesto barato de comida para llevar y ver una película en el pequeño televisor en blanco y negro que conseguí agenciarme en una tienda de caridad a la vuelta de la esquina.

Y, como siempre, el ascensor de mi edificio de apartamentos estaba estropeado, así que nos dirigimos hacia el primer tramo de escaleras resignados a tener que subir a pie hasta el quinto piso.

La desnuda bombilla del vestíbulo se había fundido sumiendo una parte de la entrada en la oscuridad, pero mientras nos dirigíamos a la escalera vislumbré un par de brillantes ojos en la penumbra. Cuando escuché un suave y lastimero maullido, comprendí de qué se trataba.

Al acercarme un poco, pude entrever a pesar de la escasa luz un gato anaranjado acurrucado sobre el felpudo de la puerta de uno de los apartamentos de la planta baja, en el pasillo que daba al vestíbulo.

Había pasado mi infancia rodeado de gatos y siempre sentí una clara predilección por ellos. Cuando me acerqué un poco más y pude echarle un buen vistazo, advertí que era un macho.

Nunca antes lo había visto merodear por los apartamentos, pero incluso en la oscuridad pude advertir que algo en él llamaba la atención, como si desprendiera una cierta personalidad. No estaba en absoluto nervioso, de hecho, era más bien lo contrario. Mostraba una serena e imperturbable seguridad en sí mismo. Ahí, entre las sombras, daba la sensación de sentirse como en casa, y por la forma en que parecía estar juzgándome, clavando sus ojos en mí con una mirada firme, curiosa e inteligente, era como si fuera yo el que estuviera invadiendo su territorio, como si me estuviera diciendo: "¿Quién eres tú y qué te ha traído aquí?"

No pude resistirme y me arrodillé frente a él, presentándome.

[...]

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