Lectura quincenal

junio 10, 2013
Croquetas y wasaps

Begoña Oro


¿Te has preguntado alguna vez qué quedará de ti cuando ya no estés?

Cuando murió, el padre de Unai dejó una consulta vacía con su nombre en la puerta, dos niños que ya no serían futbolistas y un misterio por resolver.

Cuando murió mi abuela, dejó un cuadro de unas pájaros a medio pintar, tres personas tristes y trece croquetas congeladas.

De lo del cuadro nos dimos cuenta enseguida. Llegamos del tanatorio y ahí estaba, sobre la mesa: el dibujo con los bordes de terciopelo negro que estaba coloreando. encima, la caja de rotuladores. Fuera de la caja, un rotulador, el verde oscuro, destapado. Recuerdo que mi madre se acercó a la mesa, cogió el capuchón con una mano, el rotulador con la otra y lo tapó. El "clap" resonó en la habitación como la tapa de una ataúd que se cierra para siempre. Luego, el abuelo le quitó a mi madre el rotulador de las manos, lo colocó con mucho cuidado en el hueco de la caja que le correspondía, recogió la lámina, se la puso bajo el brazo y decidió que, desde ese momento, ese sería su nuevo hogar. Y mi abuelo empezó a pasearse por la vida con un dibujo a medio acabar como si fuera un termómetro.

Lo de las corquetas tardamos un tiempo en descubrirlo, y lo de la trsiteza... Bueno, la tristeza fue pasándose poco a poco, como una lluvia fina de esas que te van calando. Porque hay cosas de las que uno no se da cuenta hasta que pasa un tiempo. Son como esos mensajes que te llegan al wasap, y tú no te enteras, y se quedan ahí, esperando a ser leídos, con un mustio y solitario check verde. Hasta qye te das cuenta.
Así estuve to durante bastante tiempo, sin darme cuenta de que tenía un mensaje bien gordo delante, y el mensaje decía: "Clara, estás haciendo el imbécil".

Por eso escribo esta historia. Te cuento todo esto por si eres tan imbécil como lo fui yo. Por si te estás quedando al borde de la piscina cuando podrías tirarte de cabeza, cuando, de hecho, todo tu cuerpo te grita que te tires; pero tú, en vez de extender los brazos sobre la cabeza, te quedas a mitad de camino y te tapas las orejas con la manos.

Si no es así te felicito. En ese caso, tómate esto como una vacuna. Nunca se sabe si la vas a necesitar. 

Pero deja que te lo cuente desde el principio. Deja que te presenta a la imbécil que fui yo y a un chico llamado Lucas...

Érase una vez...

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