Lectura quincenal

abril 21, 2013
Loba

Verónica Murguía


Capítulo uno: La soledad del lobo

En el bosque rugía la tormenta. Semejante a un vasto y doliente animal, la lluvia corría entre los árboles. Las ráfagas, cargadas de agua, deshojaban las ramas y arrancaban ouñadps de maleza, alzándolos en turbios remolinos. Los nidos de los pájaros se desmoronaban bajo el chaparrón; los ciervos, empapados y tenblorosos, buscaban refugio en las cuevas y su aliento dibujaba nubecillas en el aire. Los troncos se encorvaban bajo la embestida pero, al llegar al castillo, la tempestad se estrellaba contra las piedras y parecía detenerse, derrotada.
El castillo estaba protegido por una muralla rodeada de un foso lleno de maleza que solía, en tiempos de lluvia, convertirse en lodazal. Esa nochem el barro, encespado por los goterones que caían con ruido de grava, subía como un sipa burbujeante en la que flotaban rastrojos. Una torre del homenaje, robusta y carente de gracia, se alzaba en una de las esquinas. de lejos, iluminado por el fulgor intermitente de la tempestad, el edificio semejaba un desordenado montón de peáscps pscurecidos por el agua que chorreaba por sus costados.
El viajo cubil de los Lobos se llamaba Bento. Quienes lo construyeron tenían una idea clara de cómo debía ser el lugar donde se colocara la primera piedra. Se necesitaba una colina para ver de lejos a los enemigos; bosques frondosos con madera para las armas, las cercas, la hoguera. La tierra debía ofrecer caza para comer, agua dulce para resistir los asedios y, por último, campesionos a quien aterrorizar, para que alguien arara la tierra a cambio de protección. La belleza arquitectónica era lo que menos importaba a los apresurados guerreros que lo levantaron.
En una tierra llena de montañas, valles y ríos, encontraron la colina. En las laderas, pegadas como hongos en el tronco de un gran árbol, se arracimaban medio centenar de chozas. En la cima, un manantial miraba al cielo. Alli nacía un riachuelo helado que dabade beber a los campesinos y regaba las parceñas. El bosque lo envolvía todo. Hubo madera para los techos, las flechas, las lanzas y los escudos. Hubo para fabricar mesas, camas y corrales. También encontraron ciervos, jabalíes, piaras de cerdos salvajes, liebres y, en los arroyos, peces que relucían como dardos de plata.
Los guerreros trataron de convencer a los campesionso de que les convenía tener barnoes armados que los protegiera. Los campesinos, cuyos bisabuelos habían llegado allí huyendo de una guerra o de otra, se encogieron de hombros. No tenían necesidad de protección mientras no se acercaran nobles por allí, pero comprendieron que ya nunca podrían librarse de los recién llegados.
[...]

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Ésta es la novela ganadora del Premio Gran Angular 2013

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